jueves, 25 de abril de 2013

Belleza herida de guerra: MOSTAR

Puente viejo de Mostar, con el casco antiguo a ambos lados del mismo. El color del río Neretva me pareció impresionante

Hace menos de un mes que he vuelto de mi último periplo, esta vez en los Balcanes. El principal objetivo era visitar Croacia, país que me llamaba la atención por sus ciudades de piedra blanca y por su bonita naturaleza, con 7 parques nacionales en un territorio pequeño, ligeramente más grande que Aragón. Se me ocurrió la idea de ir a Mostar porque el recorrido de algunos paquetes turísticos por Dalmacia (la región del sur de la costa croata) lo incluía, porque está cerca de la costa croata y porque pensaba que representaría un contraste interesante al estar en una zona que sí cayó bajo dominio turco, frente a toda la costa croata que se mantuvo independiente o bajo dominio veneciano, pero siempre cristiana.

Sin embargo Mostar me dio mucho más, y de hecho se convirtió en quizá mi ciudad favorita de todo el viaje, con permiso de Dubrovnik. El motivo fue que el contraste con Croacia fue enorme, que pudimos disfrutar de una ciudad que fue protagonista en la guerra de los Balcanes de los 90 y que al mismo tiempo tiene un casco antiguo precioso, con rincones que recuerdan a un pueblecito de montaña, y que recordaré como un paraíso gastronómico y para las compras.

Casco antiguo de Mostar, empedrado y de casas bajas, que parecen dignas de un coqueto pueblo de montaña

HISTORIA DESDE SU FUNDACIÓN HASTA PRINCIPIO DEL SIGLO XX


Mostar fue fundada cuando ya buena parte de la península de los Balcanes cayó bajo dominio otomano, en la segunda mitad del siglo XV. La estructura de la ciudad estuvo protagonizada desde el principio por el río que la atraviesa, el verdoso Neretva, de tal modo que todavía hoy su casco antiguo está dividido en dos partes, que parecen querer ser simétricas, a cada lado del río. Al principio estas dos mitades estaban unidas por un puente de madera, hasta que en 1566 fue inaugurado el llamado "puente viejo", ordenado construir por el sultán otomano Suleiman el magnífico a un discípulo del gran arquitecto Simar Sinan, que tantas mezquitas proyectó en el Estambul del s.XVI. Tal era, y sigue siendo, la importancia de ese puente, que el nombre de Mostar proviene de él; "most" es puente en el idioma local, y se llamaba "mostaris" a los vigilantes que lo custodiaban en las dos torres que todavía hoy vigilan los dos lados del puente.

En 1878 Mostar cayó en manos del imperio austro-húngaro, y su puente de piedra, siguió suscitando la admiración de todos los que lo visitaban. En esta época fue célebre la visita del rey del imperio austrohúngaro, Francisco José I de Habsburgo, en 1910.

Instituto reconstruido gracias a la aportación española

GUERRA DE LOS BALCANES


A pesar de que los Balcanes fueron protagonistas de ambas guerras mundiales, Mostar no se vio afectada por las mismas, pero la ciudad no seguiría la misma suerte en la más cercana guerra de los Balcanes, entre 1992 y 1995. Con serbios por un lado, croatas por otro, y una mayoría musulmana en medio, Bosnia y Herzegovina se convirtió, con diferencia, en la principal víctima de una cruel guerra cuya explicación responde a una compleja mezcla de motivos políticos, nacionalistas, étnicos, religiosos y a la tiranía de unos líderes que aprovecharon la ocasión para violar hasta los más básicos derechos humanos, todo ello sumado a la desidia e incompetencia de la comunidad internacional, empezando por la ONU y siguiendo por la UE, que nada supo hacer para detener un conflicto a las puertas de su territorio. Esta guerra, que recuerdo que vi a diario en los telediarios siendo un niño, tuvo, resumiendo mucho el conflicto, tres poblaciones que sufrieron hasta la extenuación sus consecuencias: Sarajevo, Mostar y Srebenica. Sarajevo por el asedio del ejército serbio que duró más de 3 años y Srebenica por un genocidio que afectó a una cuarta parte de su población; de los 36000 habitantes que tenía la ciudad, más de 8000 fueron asesinados solo por ser bosnios musulmanes.

Pero hoy toca hablar de Mostar. Esta ciudad primero sufrió el bombardeo del ejército serbio, que en 1992 ya se retiró de la zona por la presión de croatas y bosnios, que luchaban unidos. Sin embargo, la declaración unilateral de la república "bosniocroata" de Herzeg-Bosnia en 1992, para la que Mostar era su capital, conllevó que la ciudad se dividiera en dos partes, separada por el río entre croatas y musulmanes, cuyas poblaciones fueron expulsadas de sus casas a la fuerza y trasladadas a la mitad del río que les correspondía durante la guerra. El ejército croata asedió la ciudad, con disparos desde las montañas que la rodean, y con la destrucción de todo edificio que tuviera cualquier tipo de interés estratégico. Esto dejó a la ciudad sin puentes, siendo el episodio más famoso el derribo del puente viejo, stari most, en noviembre de 1993.

Numerosos edificios, como éste, se mantienen en ruinas mostrando lo que sufrió la ciudad durante la guerra
Ese proyecto de "Herzeg-Bosnia" nunca fue reconocido por la comunidad internacional ni por Bosnia y Herzegovina y claudicó definitivamente en 1995, cuando los acuerdos de Dayton establecieron la creación de una federación para el país compuesta por una república serbobosnia y una bosnia, en la que se incluyen los territorios de mayoría étnica croata. No obstante, todavía hoy, existen personas que creen que si serbios y bosnios tienen sendas repúblicas en Bosnia y Herzegovina, los croatas también deberían tener la suya, aunque no se han dado grandes pasos hacia ese objetivo.

MOSTAR HOY


Nada más llegar a Mostar, la primera impresión que uno se lleva es que la ciudad pagó muy cara su situación estratégica en una zona en la que las comunidades serbias y sobre todo bosnias y croatas confluyen. El asedio que sufrió, de 18 meses, se hace notar en la ciudad, que aún conserva muchos edificios totalmente en ruinas, que mantienen a duras penas el "esqueleto"; también es visible el vacío que dejan otros aún no reconstruidos, como la iglesia ortodoxa de Serbia; y son muchos más los que aunque en buen estado mantienen las paredes llenas de agujeros de disparos. Los cementerios, en ocasiones enormes, se suceden en diferentes puntos de la ciudad, e impresionan al viajero que, como yo, haga un mínimo recorrido por la misma en coche, porque es imposible no verlos. Al entrar en uno y ver que las muertes son todas en 1992 y 1993 uno entiende los motivos. Por último, una huella un poco más amable del conflicto son los edificios que se han reconstruido con la ayuda internacional, como por ejemplo el instituto de Mostar, de estilo hispano-morisco, en el que España fue el principal colaborador. Como agradecimiento, la plaza en la que se ubica hoy es la "Spanski Trg" o plaza de España. Aunque el mejor ejemplo de este hecho es el "stari most" o puente viejo, reconstruido y reinaugurado en 2004, y que vuelve a ser el emblema de la ciudad.

Otra vista del mítico Puente Viejo
Tras visitar también Sarajevo, capital del país, puedo decir que la sensación que me dio ver ambas ciudades es que esta última, quizá por ser la capital, se está recuperando mejor de la guerra que Mostar.

Sin embargo, dejando de lado las huellas de la guerra, Mostar me pareció un encanto de ciudad. Para empezar por su puente viejo y su río. Y es que si el puente es una joya de la arquitectura otomana (probablemente la mejor obra civil otomana en toda la península balcánica), el río que tiene debajo es un lujo natural para una ciudad de sus características. A pesar de que visitamos Mostar en una época de deshielo y de grandes lluvias (nos cruzamos con ríos desbordados en el país y el propio Neretva venía crecido) el color verdoso que sale en las fotos veraniegas de la ciudad se mantenía, como podéis ver. Poco importa que el río nazca más de un centenar de kilómetros al noreste o que pase por poblaciones de tamaño medio, el color y la limpieza del agua se mantienen como si estuviéramos en un pueblecito de montaña.
Decir que el puente se sigue utilizando también como una especie de trampolín, pues son muchas las personas que, cuando el clima es propicio, se tiran desde él para darse un chapuzón en el río, o mostrar sus habilidades saltando.

"Plato nacional", con cevapi, falafel, col rellena de carne, etc. del fabuloso restaurante  "Sadrvan"
Volviendo a la sensación de pueblecito de montaña, ésta continúa al ver que el casco antiguo está arrinconado entre pequeñas colinas de las que caen torrentes de agua aún más limpia que la del Neretva, como el que baja por el llamado "puente torcido" (Kriva Crupija), el hermano pequeño del puente viejo, también con su encanto. O al ver los edificios del casco antiguo, generalmente de una o dos plantas, con tejas viejas y una piedra grisácea que contrasta con el blanco que reina en la vecina región croata de Dalmacia. O al ver el suelo empedrado, aunque moderno, más digno de un pueblo montañés que de la capital, de más de 100.000 habitantes, de la región de Herzegovina. Y es que si todo el barrio turco del casco antiguo ha sido reconstruido tras la guerra, la verdad es que tengo que felicitar a los que lo rehicieron tan bonito sin quitarle el encanto de lo antiguo.

El barrio antiguo, aparte de mostrar diferentes vistas del encantador puente viejo, sirve como base para los viajeros tanto a nivel de compras como a nivel gastronómico. Casi no hay local en esas calles empedradas que no sea una tienda, al estilo turco (aunque generalmente con precios fijos, así que nos ahorramos el regatear como pasa en Turquía), de recuerdos o de artesanía, o bien un bar o un restaurante. Y es que si Mostar es un paraíso para las compras, no lo es menos para llenar la panza. Tras muchos días en Croacia, un país con salarios que son la mitad que en España pero con restaurantes más caros que los españoles, Mostar me pareció un lujo a la hora de satisfacer al estómago. Cenar en uno de los mejores restaurantes de la ciudad (el "Sadrvan") una especie de menú degustación llamado "plato nacional", que consistía en una fuente con la comida más característica del país, nos costó 10€ por persona, incluyendo bebida y la simpatía de los camareros. Tanto es así, que volvimos al día siguiente para comer exactamente lo mismo. El único pero que le pondría al lugar está en la ley bosnia, que todavía permite fumar en restaurantes.

Interior de la mezquita de Koshi Mehmed Pasa
Aún en las calles empedradas de la ciudad, la mezquita de Koshi Mehmed Pasa tiene un interior interesante, es de pago (hay que pagar 2€, si la memoria no me falla, para entrar), y en la plaza en la que se encuentra se disfruta de una vista inmejorable del puente viejo. También es la mezquita que mejor se ve cuando se mira hacia el puente desde su parte sur, en la que es la foto más típica de la ciudad.
La Karadozbeg, la mezquita más grande de Mostar y de toda Herzegovina, también está abierta a los visitantes, tiene el típico encanto de la arquitectura otomana, e incluye algo que me resultó novedoso: se puede subir a su minarete para sentir lo que el moecín experimentaba al hacer lo mismo, y para tener unas vistas interesantes del centro de la ciudad. Las escaleras de caracol para coronar el minarete son, como podéis imaginar, no aptas para claustrofóbicos.

Saliendo del centro de la ciudad, aparte del ya mencionado instituto, otro lugar que recomendaría sería la visita a una casa otomana. Yo estuve en la casa Kajtaza, muy cercana al centro pero en una zona residencial muy tranquila, en el lado oriental del río, y el propio heredero de la vivienda nos la enseñó, aun a pesar de llegar fuera de la época turística, mostrando un buen ejemplo de hospitalidad balcánica. Me encantó la visita porque fue algo novedoso para mí; cuando estuve en Turquía apenas salimos de Estambul y por tanto no pudimos disfrutar de casas como éstas, bastante abundantes en Mostar (una, la Muslibegovic, funciona como hotel y tiene muy buenas críticas de sus clientes).

Interior de la casa Kajtaz, una genuina vivienda otomana muy bien conservada

BLAGAJ


Por último, por su cercanía y por aportar un toque distinto, si se llega a Mostar en coche, una buena idea puede ser la de hacer una mini-excursión a Blagaj, a unos 12 kilómetros de Mostar. En este pueblo llama especialmente la atención el monasterio sufí que ha sido construido justo junto al nacimiento del río Buna. El manantial del que nace este río, que tributa al Neretva apenas 10 kilómetros después, es uno de los más generosos de Europa, con un caudal medio de 30.000 litros por segundo, que seguramente eran muchos más cuando estuve yo allí, porque las terrazas de los bares estaban totalmente inundadas y asustaba pasar el puente sobre el río. En verano, si se pueden sacar fotos como ésta, también tiene que ser impresionante.

Anímaos, no le tengáis miedo a Mostar y a Bosnia y Herzegovina, porque la guerra ya ha pasado, y aunque haya huellas de su destrucción, lo que hoy os encontraréis es un país montañoso por descubrir, desconocido para el turismo, y lleno de gente amable. En el caso de Mostar, además os toparéis con la que seguramente sea la ciudad más hermosa del país, con un casco antiguo de aire otomano único en los Balcanes.

Monasterio de Blagaj, junto al nacimiento del río Buna

2 comentarios:

Mayte Díaz Vázquez dijo...

Genial, como siempre ;)

saetismo dijo...

Gracias Mayte. Leer cosas como tu comentario me anima a seguir escribiendo :)