jueves, 25 de abril de 2013

Belleza herida de guerra: MOSTAR

Puente viejo de Mostar, con el casco antiguo a ambos lados del mismo. El color del río Neretva me pareció impresionante

Hace menos de un mes que he vuelto de mi último periplo, esta vez en los Balcanes. El principal objetivo era visitar Croacia, país que me llamaba la atención por sus ciudades de piedra blanca y por su bonita naturaleza, con 7 parques nacionales en un territorio pequeño, ligeramente más grande que Aragón. Se me ocurrió la idea de ir a Mostar porque el recorrido de algunos paquetes turísticos por Dalmacia (la región del sur de la costa croata) lo incluía, porque está cerca de la costa croata y porque pensaba que representaría un contraste interesante al estar en una zona que sí cayó bajo dominio turco, frente a toda la costa croata que se mantuvo independiente o bajo dominio veneciano, pero siempre cristiana.

Sin embargo Mostar me dio mucho más, y de hecho se convirtió en quizá mi ciudad favorita de todo el viaje, con permiso de Dubrovnik. El motivo fue que el contraste con Croacia fue enorme, que pudimos disfrutar de una ciudad que fue protagonista en la guerra de los Balcanes de los 90 y que al mismo tiempo tiene un casco antiguo precioso, con rincones que recuerdan a un pueblecito de montaña, y que recordaré como un paraíso gastronómico y para las compras.

Casco antiguo de Mostar, empedrado y de casas bajas, que parecen dignas de un coqueto pueblo de montaña

HISTORIA DESDE SU FUNDACIÓN HASTA PRINCIPIO DEL SIGLO XX


Mostar fue fundada cuando ya buena parte de la península de los Balcanes cayó bajo dominio otomano, en la segunda mitad del siglo XV. La estructura de la ciudad estuvo protagonizada desde el principio por el río que la atraviesa, el verdoso Neretva, de tal modo que todavía hoy su casco antiguo está dividido en dos partes, que parecen querer ser simétricas, a cada lado del río. Al principio estas dos mitades estaban unidas por un puente de madera, hasta que en 1566 fue inaugurado el llamado "puente viejo", ordenado construir por el sultán otomano Suleiman el magnífico a un discípulo del gran arquitecto Simar Sinan, que tantas mezquitas proyectó en el Estambul del s.XVI. Tal era, y sigue siendo, la importancia de ese puente, que el nombre de Mostar proviene de él; "most" es puente en el idioma local, y se llamaba "mostaris" a los vigilantes que lo custodiaban en las dos torres que todavía hoy vigilan los dos lados del puente.

En 1878 Mostar cayó en manos del imperio austro-húngaro, y su puente de piedra, siguió suscitando la admiración de todos los que lo visitaban. En esta época fue célebre la visita del rey del imperio austrohúngaro, Francisco José I de Habsburgo, en 1910.

Instituto reconstruido gracias a la aportación española

GUERRA DE LOS BALCANES


A pesar de que los Balcanes fueron protagonistas de ambas guerras mundiales, Mostar no se vio afectada por las mismas, pero la ciudad no seguiría la misma suerte en la más cercana guerra de los Balcanes, entre 1992 y 1995. Con serbios por un lado, croatas por otro, y una mayoría musulmana en medio, Bosnia y Herzegovina se convirtió, con diferencia, en la principal víctima de una cruel guerra cuya explicación responde a una compleja mezcla de motivos políticos, nacionalistas, étnicos, religiosos y a la tiranía de unos líderes que aprovecharon la ocasión para violar hasta los más básicos derechos humanos, todo ello sumado a la desidia e incompetencia de la comunidad internacional, empezando por la ONU y siguiendo por la UE, que nada supo hacer para detener un conflicto a las puertas de su territorio. Esta guerra, que recuerdo que vi a diario en los telediarios siendo un niño, tuvo, resumiendo mucho el conflicto, tres poblaciones que sufrieron hasta la extenuación sus consecuencias: Sarajevo, Mostar y Srebenica. Sarajevo por el asedio del ejército serbio que duró más de 3 años y Srebenica por un genocidio que afectó a una cuarta parte de su población; de los 36000 habitantes que tenía la ciudad, más de 8000 fueron asesinados solo por ser bosnios musulmanes.

Pero hoy toca hablar de Mostar. Esta ciudad primero sufrió el bombardeo del ejército serbio, que en 1992 ya se retiró de la zona por la presión de croatas y bosnios, que luchaban unidos. Sin embargo, la declaración unilateral de la república "bosniocroata" de Herzeg-Bosnia en 1992, para la que Mostar era su capital, conllevó que la ciudad se dividiera en dos partes, separada por el río entre croatas y musulmanes, cuyas poblaciones fueron expulsadas de sus casas a la fuerza y trasladadas a la mitad del río que les correspondía durante la guerra. El ejército croata asedió la ciudad, con disparos desde las montañas que la rodean, y con la destrucción de todo edificio que tuviera cualquier tipo de interés estratégico. Esto dejó a la ciudad sin puentes, siendo el episodio más famoso el derribo del puente viejo, stari most, en noviembre de 1993.

Numerosos edificios, como éste, se mantienen en ruinas mostrando lo que sufrió la ciudad durante la guerra
Ese proyecto de "Herzeg-Bosnia" nunca fue reconocido por la comunidad internacional ni por Bosnia y Herzegovina y claudicó definitivamente en 1995, cuando los acuerdos de Dayton establecieron la creación de una federación para el país compuesta por una república serbobosnia y una bosnia, en la que se incluyen los territorios de mayoría étnica croata. No obstante, todavía hoy, existen personas que creen que si serbios y bosnios tienen sendas repúblicas en Bosnia y Herzegovina, los croatas también deberían tener la suya, aunque no se han dado grandes pasos hacia ese objetivo.

MOSTAR HOY


Nada más llegar a Mostar, la primera impresión que uno se lleva es que la ciudad pagó muy cara su situación estratégica en una zona en la que las comunidades serbias y sobre todo bosnias y croatas confluyen. El asedio que sufrió, de 18 meses, se hace notar en la ciudad, que aún conserva muchos edificios totalmente en ruinas, que mantienen a duras penas el "esqueleto"; también es visible el vacío que dejan otros aún no reconstruidos, como la iglesia ortodoxa de Serbia; y son muchos más los que aunque en buen estado mantienen las paredes llenas de agujeros de disparos. Los cementerios, en ocasiones enormes, se suceden en diferentes puntos de la ciudad, e impresionan al viajero que, como yo, haga un mínimo recorrido por la misma en coche, porque es imposible no verlos. Al entrar en uno y ver que las muertes son todas en 1992 y 1993 uno entiende los motivos. Por último, una huella un poco más amable del conflicto son los edificios que se han reconstruido con la ayuda internacional, como por ejemplo el instituto de Mostar, de estilo hispano-morisco, en el que España fue el principal colaborador. Como agradecimiento, la plaza en la que se ubica hoy es la "Spanski Trg" o plaza de España. Aunque el mejor ejemplo de este hecho es el "stari most" o puente viejo, reconstruido y reinaugurado en 2004, y que vuelve a ser el emblema de la ciudad.

Otra vista del mítico Puente Viejo
Tras visitar también Sarajevo, capital del país, puedo decir que la sensación que me dio ver ambas ciudades es que esta última, quizá por ser la capital, se está recuperando mejor de la guerra que Mostar.

Sin embargo, dejando de lado las huellas de la guerra, Mostar me pareció un encanto de ciudad. Para empezar por su puente viejo y su río. Y es que si el puente es una joya de la arquitectura otomana (probablemente la mejor obra civil otomana en toda la península balcánica), el río que tiene debajo es un lujo natural para una ciudad de sus características. A pesar de que visitamos Mostar en una época de deshielo y de grandes lluvias (nos cruzamos con ríos desbordados en el país y el propio Neretva venía crecido) el color verdoso que sale en las fotos veraniegas de la ciudad se mantenía, como podéis ver. Poco importa que el río nazca más de un centenar de kilómetros al noreste o que pase por poblaciones de tamaño medio, el color y la limpieza del agua se mantienen como si estuviéramos en un pueblecito de montaña.
Decir que el puente se sigue utilizando también como una especie de trampolín, pues son muchas las personas que, cuando el clima es propicio, se tiran desde él para darse un chapuzón en el río, o mostrar sus habilidades saltando.

"Plato nacional", con cevapi, falafel, col rellena de carne, etc. del fabuloso restaurante  "Sadrvan"
Volviendo a la sensación de pueblecito de montaña, ésta continúa al ver que el casco antiguo está arrinconado entre pequeñas colinas de las que caen torrentes de agua aún más limpia que la del Neretva, como el que baja por el llamado "puente torcido" (Kriva Crupija), el hermano pequeño del puente viejo, también con su encanto. O al ver los edificios del casco antiguo, generalmente de una o dos plantas, con tejas viejas y una piedra grisácea que contrasta con el blanco que reina en la vecina región croata de Dalmacia. O al ver el suelo empedrado, aunque moderno, más digno de un pueblo montañés que de la capital, de más de 100.000 habitantes, de la región de Herzegovina. Y es que si todo el barrio turco del casco antiguo ha sido reconstruido tras la guerra, la verdad es que tengo que felicitar a los que lo rehicieron tan bonito sin quitarle el encanto de lo antiguo.

El barrio antiguo, aparte de mostrar diferentes vistas del encantador puente viejo, sirve como base para los viajeros tanto a nivel de compras como a nivel gastronómico. Casi no hay local en esas calles empedradas que no sea una tienda, al estilo turco (aunque generalmente con precios fijos, así que nos ahorramos el regatear como pasa en Turquía), de recuerdos o de artesanía, o bien un bar o un restaurante. Y es que si Mostar es un paraíso para las compras, no lo es menos para llenar la panza. Tras muchos días en Croacia, un país con salarios que son la mitad que en España pero con restaurantes más caros que los españoles, Mostar me pareció un lujo a la hora de satisfacer al estómago. Cenar en uno de los mejores restaurantes de la ciudad (el "Sadrvan") una especie de menú degustación llamado "plato nacional", que consistía en una fuente con la comida más característica del país, nos costó 10€ por persona, incluyendo bebida y la simpatía de los camareros. Tanto es así, que volvimos al día siguiente para comer exactamente lo mismo. El único pero que le pondría al lugar está en la ley bosnia, que todavía permite fumar en restaurantes.

Interior de la mezquita de Koshi Mehmed Pasa
Aún en las calles empedradas de la ciudad, la mezquita de Koshi Mehmed Pasa tiene un interior interesante, es de pago (hay que pagar 2€, si la memoria no me falla, para entrar), y en la plaza en la que se encuentra se disfruta de una vista inmejorable del puente viejo. También es la mezquita que mejor se ve cuando se mira hacia el puente desde su parte sur, en la que es la foto más típica de la ciudad.
La Karadozbeg, la mezquita más grande de Mostar y de toda Herzegovina, también está abierta a los visitantes, tiene el típico encanto de la arquitectura otomana, e incluye algo que me resultó novedoso: se puede subir a su minarete para sentir lo que el moecín experimentaba al hacer lo mismo, y para tener unas vistas interesantes del centro de la ciudad. Las escaleras de caracol para coronar el minarete son, como podéis imaginar, no aptas para claustrofóbicos.

Saliendo del centro de la ciudad, aparte del ya mencionado instituto, otro lugar que recomendaría sería la visita a una casa otomana. Yo estuve en la casa Kajtaza, muy cercana al centro pero en una zona residencial muy tranquila, en el lado oriental del río, y el propio heredero de la vivienda nos la enseñó, aun a pesar de llegar fuera de la época turística, mostrando un buen ejemplo de hospitalidad balcánica. Me encantó la visita porque fue algo novedoso para mí; cuando estuve en Turquía apenas salimos de Estambul y por tanto no pudimos disfrutar de casas como éstas, bastante abundantes en Mostar (una, la Muslibegovic, funciona como hotel y tiene muy buenas críticas de sus clientes).

Interior de la casa Kajtaz, una genuina vivienda otomana muy bien conservada

BLAGAJ


Por último, por su cercanía y por aportar un toque distinto, si se llega a Mostar en coche, una buena idea puede ser la de hacer una mini-excursión a Blagaj, a unos 12 kilómetros de Mostar. En este pueblo llama especialmente la atención el monasterio sufí que ha sido construido justo junto al nacimiento del río Buna. El manantial del que nace este río, que tributa al Neretva apenas 10 kilómetros después, es uno de los más generosos de Europa, con un caudal medio de 30.000 litros por segundo, que seguramente eran muchos más cuando estuve yo allí, porque las terrazas de los bares estaban totalmente inundadas y asustaba pasar el puente sobre el río. En verano, si se pueden sacar fotos como ésta, también tiene que ser impresionante.

Anímaos, no le tengáis miedo a Mostar y a Bosnia y Herzegovina, porque la guerra ya ha pasado, y aunque haya huellas de su destrucción, lo que hoy os encontraréis es un país montañoso por descubrir, desconocido para el turismo, y lleno de gente amable. En el caso de Mostar, además os toparéis con la que seguramente sea la ciudad más hermosa del país, con un casco antiguo de aire otomano único en los Balcanes.

Monasterio de Blagaj, junto al nacimiento del río Buna

miércoles, 17 de abril de 2013

Concurso de tapas, pinchos y banderillas de la RIBERA DEL DUERO

Letrero publicitario de la XII edición, la de 2013
Aranda de Duero, mi ciudad natal, ha conseguido hacerse un hueco en el mapa turístico español y se ha labrado una fama reconocida por su gastronomía. La capital de la Ribera del Duero está considerada como la capital del cordero lechal, plato tradicional del corazón del norte de Castilla muy consumido también en otras poblaciones de los alrededores como Peñafiel (Valladolid), Lerma (Burgos) o Sepúlveda (Segovia), e incluso en capitales de provincia como Burgos o Valladolid. Pero en medio de ese círculo, mi Aranda presume de acoger el consejo regulador de la IGP del lechazo de Castilla y León, y de llevar el nombre de una conocida cadena de asadores que sirve lechazo a toda España.

Amén de otros encantos gastronómicos más desconocidos como la torta de aceite, denominada "torta de Aranda", los empiñonados o las morcillas de Aranda (denominadas también "de Burgos" pero con ligeras diferencias respecto a las del resto de la provincia), el otro pilar básico de la gastronomía arandina son sus vinos. Aunque no estén en sus cercanías muchas de las más prestigiosas bodegas de la denominación de origen "Ribera del Duero", al tratarse de la capital, a todos los niveles, de la comarca, por sus calles se puede encontrar vino de cualquier bodega de la DO, de las más modestas y económicas a las más prestigiosas y exclusivas.

Aunque no aparezca en el folleto, en un lugar visible de cada bar se explica los ingredientes que tiene cada tapa y su elaboración
Resumiendo, podríamos decir que el dicho que reza "Aranda de Duero, tierra de vino y cordero" no puede ser más acertado. Y teniendo como base estos dos ingredientes, durante 10 días de cada primavera desde hace ya 11 años, ASOHAR (asociación de hosteleros de Aranda y la Ribera) organiza el llamado concurso de tapas, pinchos y banderillas de la Ribera del Duero, en lo que se ha convertido en una excelente cita para acercarse por este rincón de Castilla.

En el concurso participan numerosos bares de la zona, siendo en su mayoría de Aranda capital, pero habiendo también bares de pueblos de los alrededores, como Fresnillo de las Dueñas, Caleruega o Gumiel de Izán. En la edición de 2013 fueron 55 los establecimientos participantes. Cada uno ofrecerá al público una o dos tapas, aparte de un vino recomendado, teniendo 1,10€ como precio unitario en todo caso, tanto las tapas como el vino (2,20€ si se piden las dos cosas). Cada una de las tapas tienen su nombre, y son clasificadas como frías o calientes, aparte de ser marcadas aquellas aptas para celiacos o las que tienen al lechazo entre sus ingredientes. Mi experiencia, que llevo ya 4 años participando como cliente de las mismas, es que en general la calidad es muy alta, las tapas están muy trabajadas, y que para el precio que tienen desde luego que poco más se puede pedir. Consumir el vino recomendado, aunque los más exigentes puedan quedar insatisfechos con algunas propuestas, significa a mi juicio beber un vino de la Ribera con una relación calidad/precio por encima de la habitual el resto del año. Y no solo lo pienso yo, también las personas con las que he salido de tapas, tanto arandin@s como "foráne@s".  Y es que a pesar de haber vivido 10 años en León, donde el tapeo es religión, y de haber salido de tapas o pinchos en otros paraísos como Granada, Pamplona, las tres capitales vascas o Logroño, algunas de las mejores tapas que he comido han sido en Aranda. Y prometo que no es chovinismo.

Algunas de las tapas presumen de tener más de 10 ingredientes
Durante la celebración del concurso, los clientes que lo soliciten pueden hacerse con un folleto como el de este enlace. Sellando al menos 12 bares en los que se haya consumido una tapa se tiene derecho a votar a las mejores, lo cual a su vez permite optar al cliente a ganar uno de los diversos premios que se sortean. Para más detalles, consultar aquí: página web oficial del concurso de tapas de la Ribera del Duero. Entre otras cosas, se dan premios a las mejores tapas frías, calientes, a la mejor tapa con lechazo, y a la que mejor maride con el vino recomendado que ofrece el bar.

Para los arandinos, o al menos para mí, este certamen también da la oportunidad de visitar y degustar tapas en algunos de los locales más exclusivos de la ciudad, al mismo precio que en un bar de barrio. Esto no significa que la tapa de un bar de barrio sea peor que la de un restaurante caro, en absoluto, pero sí da el encanto de ver esos restaurantes, típicamente castellanos, por dentro, algo que gusta a arandinos y no arandinos. El "Mesón de la Villa", quizá el restaurante de mayor prestigio de la ciudad, es un ejemplo de participante fijo en el concurso, aunque la variedad es enorme: "El Roble", "el Lagar de Isilla", "el Ciprés", "la Perla"... son algunos de los que procuro no perderme. Aunque en bares más corrientes, como por ejemplo el "Garden", suelen proponer tapas muy interesantes, no todo es el nombre.

En el concurso se mezclan tapas más tradicionales con otras vanguardistas, que diría que son mayoría, como estas crêpes rellenas, entre otros, de lechazo
Como podréis ver siguiendo el enlace, la edición de 2014 es del 14 al 23 de marzo, y por no faltar a la tradición, yo no me lo pienso perder. Así que en definitiva, sirva esta entrada en el blog para daros la bienvenida, ¡y que tengáis buen provecho!

martes, 16 de abril de 2013

Viaje a la India, día 16-2: Fatehpur Sikri y llegada a Agra; el batido con sabor a Taj Mahal

HACIA FATEHPUR SIKRI, POR UNA "AUTOVÍA" INDIA


Tras la visita a Galta, nos pusimos rumbo a Fatehpur Sikri, no sin antes sortear la gran cantidad de basura que había al lado de donde Datar dejó el coche aparcado.

Vista del Taj Mahal desde la terraza con vistas de un bar, en el barrio de Taj Ganj. Delante del Taj se aprecia una de sus puertas

El camino se me hizo largo hasta allí. Y a pesar de ir por una "autovía" india... cosa que pongo entrecomillada porque era una moderna y ancha carretera con 3 carriles por sentido pero con cruces a nivel, pasos de cebra, vehículos por la calzada opuesta (para evitar dar el rodeo de circular por la calzada que debían), tractores, pueblos, bicis... que provocaron que nuestra media de velocidad no fuera de más de 60 km/h., superior aún así a la media normal allí :)

FATEHPUR SIKRI


Llegamos a Fatehpur Sikri, en donde el coche nos deja en la parte de abajo, y para subir nos dicen que tenemos que coger (y pagar, claro) un bus eléctrico que nos suba al recinto monumental; pero esto es la India, y nada es ecológico, así que el llamado "bus eléctrico" era de gasoil :)

Uno de los palacios de la ciudad abandona de Fatehpur Sikri
Fatehpur Sikri es una ciudad abandonada de estilo mogol, un interesante contraste tras dos semanas viendo monumentos rajastaníes, que fue capital de su imperio durante 14 años (1571-1585), aunque apenas se vivió allí aparte de esos pocos años de "reinado". El motivo de su fundación fue la predicción que un santo sufí le acertó al emperador Akbar (le dijo que iba a tener un hijo), lo cual animó al mismo a ordenar la construcción de esta pomposa ciudad para la época, con una gigantesca mezquita, todavía en uso, y tres palacios, uno para cada una de sus tres esposas: una hindú, una musulmana y otra cristiana. Pero como las "cagadas urbanísticas" no son patrimonio exclusivo ni de España ni de la era contemporánea, esta ciudad quedó abandonada al poco de morir Akbar, por el "pequeño detalle" de haber sido construida en un lugar sin agua.

Imponente puerta de la mezquita de Fatehpur Sikri, de estilo hindo persa
Sin embargo, se encuentra perfectamente conservada, y como otros muchos monumentos mogoles, hoy es patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Aunque he de reconocer que al complejo palaciego no le acabé de sacar el encanto, quizá por no haberlo visitado con guía (especialmente insistentes allí, por cierto), eso se compensó con la mezquita Jama Masjid. Este edificio, acabado en 1571, se encuentra en lo alto de una pequeña colina y se accede a él por alguna de sus monumentales puertas, de estilo indo-persa, hechas de piedra rojiza. Era nuestra primera mezquita en la India, y allí descubrimos que las mezquitas indias, al menos las más conocidas (ésta, la del Taj Mahal en Agra y la de Delhi) no tienen ni una sola estancia cubierta... el lugar para rezar es el gran patio central y solamente la parte más cercana al mihrab (parte existente en toda mezquita, que marca la dirección a la Meca) y minbar (lugar en alto donde el imán dirige las oraciones) están bajo techo. No me preguntéis cómo rezan los musulmanes en verano, con 45ºC, o en la época monzónica, con abundantes lluvias a diario... dentro del patio se encuentra la tumba del santo que predijo la paternidad de Akbar, de mármol blanco, y que todavía hoy es utilizado por muchas personas que buscan, y piden, tener descendencia. Como buena mezquita, hay que quitarse el calzado, aunque solo entres a un patio, pero es posible guardarlo en la mochila si no te fías de los guardazapatos (por allí pasa demasiada gente y no creo que fuera difícil robar unas zapatillas, así que yo me lo guardé).

"Interior" de la mezquita de Fatehpur Sikri, lo que viene siendo un enorme patio

AGRA


Llegamos a las 17 horas tras solo 40 kms. de distancia, y parecía que Datar pensaba dejarnos en el modesto albergue que reservamos allí sin más, alegando que ya no veríamos nada porque se estaba haciendo de noche (a las 17:30 nos dijo). Pero no nos resignamos, queríamos ver ya el Taj, con el sol cayendo. Al final acordamos que nos acercara al Taj Ganj, el barrio que se hizo junto al mausoleo para alojar a los que trabajaron construyéndolo (se dice que unas 20.000 personas), y que volveríamos sin su ayuda para dejarle dormir, ya que al día siguiente pensábamos madrugar para ver el amanecer en el famoso mausoleo blanco.

Y así fue como nos movimos andando por ese barrio de pequeñas calles y casas hasta llegar a una de las puertas del complejo del Taj. Solo había que buscar una terraza con vistas del mismo, y cuando lo intentamos por primera vez en un bar, vimos como un árbol del complejo tapaba justamente el mausoleo... no nos cortamos y nos fuimos, a lo que los camareros respondieron con una cara de resignación pero tampoco les sorprendió... ¡¡cuánto dinero habrán dejado de ganar en ese local por un maldito árbol!!
El segundo intento fue mejor, el mismo árbol solo tapaba un minarete. Así que allí estábamos... en una terraza del Taj Ganj con vistas al Taj Mahal, viendo el atardecer con este maravilloso edificio, ligeramente entre la niebla. Nos sentamos en una mesa en la segunda fila, pero cuando se fueron los chinos que teníamos delante no lo dudamos y cambiamos de mesa, para ver el mausoleo de mármol sin cabezas delante. Fue maravilloso, de estas cosas que te hacen creer que todo esfuerzo, ya sea económico, físico o psicológico merece la pena si a cambio puedes ver un lugar así.

Llegando al Taj, era emocionante ver estos letreros
Nos volvimos a cambiar de mesa porque la nuestra estaba reservada para cenar, pero no nos fuimos del bar esperando algo que no ha ocurrido nunca ni iba a ocurrir esa noche: ver el Taj con iluminación nocturna. Tras un rato a oscuras se me ocurrió preguntar al camarero, y éste me lo confirmó. Resulta sorprendente saber que edificios de fama mucho menor que el Taj sean iluminados en la India, pero no su edificio estrella... de lo malo malo, disfrutamos del atardecer de lo lindo, se hizo de noche una hora después de lo que nos había dicho Datar.

Nos bajamos de la terraza y volvimos al caos del Taj Ganj, dispuestos a coger nuestro primer tuk-tuk (con permiso del bike tuk-tuk de Jaipur) en la India. Por solo 50 rupias (0,8€), el tercer hombre al que preguntamos nos dejó enseguida en nuestro albergue, a lo que respondimos dándole algo más de propina. Debe haber falta de trabajo para este colectivo, porque nos preguntó que si íbamos a necesitar de sus servicios al día siguiente para volver al Taj, a lo que le dijimos que no.

Datar nos había recomendado mirar algo cerca del albergue para cenar, que había sitios, pero no vimos nada de nada, la zona parecía muy residencial, así que tras maldecir el malentendido o su poca información sobre Agra, accedimos a cenar en el albergue con un buffet libre que tenían... buffet libre que resultó ser solo arroz, bien picante además. El precio de la cena con buffet era de 350 rupias (5,30€) y esperaba que no nos cobrara tanto solo por arroz... pero no, nos aplicaron una oferta que tienen de regalarte arroz si lo pedías de 19 a 20 horas, y nos cobraron solamente la botella de agua, a pesar de que comimos a las 21:30. La India, tras más de dos semanas, seguía sorprendiéndonos.

Ya en la habitación, aquella noche teníamos que tratar de dormir a pesar de la emoción de saber que entraríamos al recinto del Taj al día siguiente, y de nuestro incómodo colchón, no más gordo que el cojín de cualquier sofá. Lo conseguimos pero solo en parte...

Escena callejera en Agra, que a pesar del turismo, no podía esconder ni la pobreza ni la superpoblación que comparte con el resto de ciudades indias