Camello indio echando algo fuera de la boca (aparentemente el estómago) |
MANDAWA
No eran las 6 de la mañana cuando el ensordecedor canto del moecín de al menos 3 mezquitas distintas se metió en nuestra habitación como si viniera de dentro y nos despertó. Entonces recordé que los musulmanes son solo el 12% de los habitantes del país y que en el estado de Rajastán el porcentaje es incluso menor y no llega al 9%. Pero las mezquitas son abundantes aunque apenas se vean (son edificios muy modestos) y en Mandawa nos atronaron hasta despertarnos. Quizá por estos pequeños detalles la convivencia entre musulmanes e hindúes no ha sido siempre fácil...
Tras el rico desayuno, que fue una buena mezcla entre un desayuno continental estándar y uno indio, nos pusimos en camino.
DE MANDAWA A BIKANER
Por delante teníamos un viaje de tamaño medio; "solo" 190 kilómetros, pero que por esas carreteras nos llevarían unas 4 horas. Al poco de empezar paramos en Fatehpur, otra pequeña ciudad de Shekhawati, donde teníamos como objetivo ver otra preciosa haveli. Un anciano la vigilaba y nos dejó pasar por unas pocas rupias... aparte de por la haveli, Fatehpur me llamó la atención por lo mismo que Mandawa, y es que tenían muchos más habitantes de los que el tamaño de la ciudad daba que pensar... más tarde leería que más de la mitad de las modestas viviendas indias tienen una sola habitación, por lo que quizá una mini-ciudad india de 20.000 habitantes parezca mucho más pequeña que una ciudad española con la misma población. Allí repartí mis primeros dulces entre un grupo de niños que vino a pedir; había tomado nota de las sugerencias que no recomendaban darles dinero (que a menudo acababa siendo para mafias, y no para ellos) sino cosas que ellos fueran a usar, fueran caramelos, juguetes, etc.
Según íbamos avanzando el paisaje se iba volviendo más desértico, aunque no dejamos de ver árboles en ningún momento. Y a pesar de que pueda parecer extraño, el número de animales no descendía, casi más bien al contrario. Por ejemplo, descubrimos que el pavo real es uno de los símbolos de la India. Más triste resultó ver la gran cantidad de animales atropellados que de Fatehpur a Bikaner vimos, algo que se mantendría durante casi todo el viaje... no exagero si digo que se veía a algún gato, perro, etc. muerto cada media hora como máximo. Al estar en el asiento delantero (y no dormirme nunca) yo me enteraba más de estas cosas que Steffi, aunque la palma se la llevó un camello que veríamos al día siguiente, que parecía recién atropellado, que por su tamaño y aspecto, daba verdadero miedo... ése lo vio Steffi sin que le dijera nada.
Estampa visible desde un puesto de té en la carretera, camino del desierto |
Paramos en un "puesto callejero" a medio camino a tomar un "masala chai". A Steffi no le gustó en Mandawa, pero a mí sí, así que pedimos dos, uno para Noor y otro para mí. Y me sorprendió que no me dejara pagar... el sitio estaba en medio de la nada, sin poblaciones a la vista, en ese extraño desierto árido con numerosos árboles. Coincidimos con 4 turistas austriacos con los que hablamos un poco entre la tranquilidad del lugar, con poco tráfico, en el que tuvimos tiempo de ver carros tirados por camellos o búfalos o perros vagabundeando que aprovecharon para mearnos en una de las ruedas del coche. Y tras otro ratillo de viaje con una pequeña parada en otro moderno templo hindú lleno de esculturas gigantes y de niños mendigos, llegamos a Bikaner.
BIKANER
Con más de medio millón de habitantes, Bikaner era una de las ciudades rajastaníes más grandes que íbamos a visitar en el desierto del Thar. La entrada a la ciudad nos dejó como anécdota el espectacular trompo que hizo un todoterreno 100 metros por delante de nosotros... cuando pasamos junto a ellos estaban riéndose a carcajadas, a pesar de que estuvieron a punto de volcar: "incredible India".
No era aún la hora de comer y fuimos directamente al hotel, el "Bhairon Vilas", muy bien situado a apenas 50 metros de las murallas del principal punto de interés de la ciudad: su fuerte. Este hotel se trata de una antigua propiedad de los marajás, que regenta uno de sus descendientes, y dormir en él resultó ser una atracción turística de primera... solo el cuarto de baño era más grande que nuestra habitación de Delhi (lo cual no significa que ésta fuera pequeña), y la enorme habitación, con techos altos y decoración original de la familia, era espectacular. Parecía mentira que dormir en esa maravilla costara unos 30€ por noche...
Nuestra habitación en el hotel Bhairon Vilas (Bikaner) |
Nos quedamos a comer en el hotel. El día era magnífico, y el hotel tenía unos apacibles jardines en los que había varias mesas, así que elegimos una para comer ahí. La comida fue correcta, pero me dejó con un poco de hambre, así que decidí atreverme con mi primer postre indio. Y tuve este diálogo con el camarero, que tenía un inglés justito para el trabajo que desarrollaba. Lo dejo traducido al español:
- Yo: Tengo algo de hambre aún, así que voy a probar un postre. Esto de aquí (señalando al "gulab jamun": http://es.wikipedia. org/wiki/Gulab_jamun), ¿qué es?
- Camarero: Son unas bolas marrones.
- Yo: ¿Tienen chocolate?
- Camarero: Sí, chocolate...
Ambas frases las dijo con una sonrisa amable pero dubitativa, como si quisiera salir del paso lo mejor posible... el postre resultó estar bastante rico, pero no tenía ni rastro de chocolate, así que cuando volvió a traernos la cuenta se lo dije:
- Yo: El postre estaba muy bueno, pero no tenía chocolate.
- Camarero: No chocolate, solo el color, ¡era "color chocolate"!
La surrealista situación hizo que nos empezáramos a partir de risa allí mismo, con el camarero delante. El pobre, víctima de su poco inglés, respondió con una sonrisa, dándose cuenta de que su error no provocó una bronca, sino un par de sonoras carcajadas.
Y es que algo que hay que aprender si se visita la India es que los reveses que uno pueda sufrir, debidos a una cultura tan diferente, a problemas con el idioma o al descaro y picardía de los indios hay que procurar tomárselos con humor, porque si uno se enfada con cada pequeña cosa, que tenga por seguro que va a pasar amargado todo el viaje. Hay veces que uno tiene que enfadarse para que le tomen en serio y no le estafen, pero estos pequeños detalles es mejor tomárselos con humor.
Interior del fuerte de Bikaner |
Pasada la comida, Noor nos llevó en coche a la entrada del fuerte, a pesar de que le dijimos que podíamos ir andando (la entrada estaba a la otra punta de la parte del recinto que teníamos junto al hotel, pero no llegaba a 10 minutos andando según mis cálculos). Nuestro primer fuerte rajput no era un fuerte normal, ya que estaba construido en un llano en lugar de sobre una colina, como el resto de fuertes que veríamos después. A pesar de eso, la historia dice que nunca fue conquistado, más que por sus sólidas murallas, imponentes por necesidad al no carecer de defensas naturales, por las alianzas que los marajás de Bikaner supieron sellar con sus posibles enemigos. El fuerte parecía haber sido restaurado poco antes, porque su interior resultó ser el más bonito entre todas las fortalezas rajastaníes que visitamos. Un sitio que nos dejó la sensación de que todo el esfuerzo de tiempo y dinero realizado para ir a la India había merecido la pena. Dependencias privadas de marajás con mucha decoración, arcos típicamente indios... todo en un estado de conservación envidiable. Desde el principio de la visita no dejamos indiferentes a otros visitantes, en su mayoría indios, que en varias ocasiones nos pidieron que nos hiciéramos fotos con ellos. Esto es algo a lo que nos íbamos acostumbrando.
Un vigilante se ofreció para hacernos fotos. Sabíamos que lo hacía por la propina que le pudiésemos dar, pero accedimos. El tío, de vistoso bigote, resultó ser un artista, y nos sacó varias fotos muy chulas y originales que jamás habríamos podido hacer solos. Le dimos medio euro en rupias que amablemente agradeció y nos sacamos una foto con él. A gente así da gusto darle propina.
A la salida, fuimos a ver los cenotafios de la ciudad, construidos también en torno a la figura de los marajás. Un cenotafio es un monumento funerario en honor a una persona que no tiene por qué estar enterrado en ese lugar. Muchas ciudades que fueron capitales de reinos de marajás como Bikaner, Jaisalmer, Udaipur o Jaipur los tienen, y a mí me pareció algo inequívocamente indio, tanto las cúpulas y arcos característicos de ese país como el concepto de cenotafio en sí. A la entrada nos dieron las peores zapatillas de estar en casa que he visto nunca (había que descalzarse), con una ridícula suela de tela que era como si no existiera y tan estrechas que no me entraba bien el pie :S Pillamos a una especie de actriz de apariencia china en plena sesión de fotos, muy guapa con su sari verde.
Cenotafios de Bikaner |
Tras esto y ya fuera de la ciudad visitamos la granja de camellos de Bikaner, donde según parece se crían el 50% de los camellos del país. El sitio no es que ofreciera un interés desmedido salvo por el hecho de ver cientos de camellos juntos en sus quehaceres diarios (siendo ordeñados, comiendo, haciendo sus necesidades, etc.), pero por una serie de detalles fue genial. Nos ofrecieron guía pero no quisimos, y fuimos recorriendo solos las dependencias, la mayoría al aire libre. De repente, vimos a un camello haciendo un ruido espantoso, similar a un eructo pero más fuerte, a la vez que echaba por la boca una especie de bolsa que bien parecía ser su estómago. Nos asustamos, pensando que íbamos a ver a un camello palmándola en directo, pero no... poco después el camello recogía dentro de su boca el "estómago" que le había salido. Perplejos, vimos como medio minuto después otro camello distinto hacía lo mismo, ante lo que por un lado nos quedamos más tranquilos deduciendo que era algo normal, y por otro empezamos a reírnos por lo "bizarro" de ese comportamiento. No lo grabamos en vídeo pero alguien lo hizo por nosotros en otro lugar y lo ha dejado en youtube: http://www.youtube.com/watch?v=FbPn6-_dINg
El otro detalle que me hizo adorar aquella granja fue que se vendía leche de camello y diversos preparados que lo tenían como materia prima. Noor nos recomendó los helados, pero en el mes de enero con 18ºC no me apetecían, así que me tomé un sobre de leche de camello con sabor a piña... ¡¡estaba riquísimo!! Lo compartí con una perra hambrienta que vagabundeaba por allí y que no se nos separó mientras tuvimos la comida cerca. De no haber sido porque necesitaba frío y no teníamos nevera en el hotel, habría comprado bastante más. Los precios, además, eran "indios", el "brick" de 200 ml. me costó 0,15€.
Ya por la noche, nos aventuramos a meternos en el bazar de la ciudad para buscar el típico recuerdo que coleccionamos de los sitios que visitamos: un imán para la nevera. El esfuerzo fue inútil, el bazar estaba más pensado para la gente de allí que para los turistas, y de hecho la gente nos miró sin disimulo los pocos minutos que pasamos por allí.
Exterior del fuerte de Bikaner |
Cenamos en un restaurante frente al fuerte en el que, extrañamente, no éramos los únicos clientes, ¡e incluso había hasta indios! Lo digo porque hasta el momento habíamos estado en restaurantes en los que, salvo la primera noche de Delhi, éramos los únicos clientes. ¡Y eso que éste no era barato! Cenamos muy bien, por cierto. Así que tras una cerveza en el original y ecléctico bar del hotel, que pagué a precio europeo (se nota que los indios no la consumen a menudo) y bebí con algo de humo de tabaco a mi alrededor (allí sigue permitido fumar en los bares), nos fuimos a dormir esperando pasar al fin la primera noche tranquila, sin jetlag ni mezquitas atronadoras.
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