lunes, 21 de mayo de 2012

El sueño de un zar chiflado: SAN PETERSBURGO! (I)

Corría el final del s. XVII y el zar Pedro el grande soñaba con agrandar su ya inmenso imperio. Una de sus metas era conseguir que Rusia tuviera salida al mar Báltico, por lo que centró sus esfuerzos en ganar ese territorio a Suecia, que por aquel entonces poseía el control en esa zona. En 1703 les arrebató una porción de costa báltica y se apresuró a fundar una nueva ciudad en ella: San Petersburgo. El nombre no es casual, ya que por un lado iba dedicado al santo de igual nombre que el zar, y por otro lado, el sufijo "burgo", típico de ciudades germánicas (los países eslavos suelen utilizar el sufijo "grado"), era un guiño evidente a Europa occidental, por la que sentía admiración el zar, y esa mirada hacia el occidente europeo marcaría a esta ciudad para siempre.

Catedral de la resurrección de Cristo o de la sangre derramada
El zar soñaba con hacer de esa ciudad su nueva gran capital. Se dice que nunca le gustó Moscú, su ciudad natal y capital rusa en aquel momento; de hecho, poco después de ser fundada la ciudad, creó una ley por la que se prohibía hacer edificios de piedra en cualquier lugar ruso que no fuera San Petersburgo, para promover, a la fuerza incluso, que muchos trabajadores y arquitectos fueran a trabajar a la nueva ciudad. Todo fue muy rápido, ya que en 1712, solo nueve años después de la creación de la ciudad, fue designada como nueva capital rusa. Y todo ello a pesar de que se ubicaba en un sitio que a muchos no agradaba y que provocó una alta mortalidad entre los obreros que participaron en su construcción; su situación, tan al norte y junto al mar, la hace muy fría y húmeda en invierno, cuando su puerto se congela (varios meses al año sigue estando congelado) además de contar con muy pocas horas de sol. El hecho de estar junto a la desembocadura del corto pero caudaloso río Neva hacía que el lugar fuera muy pantanoso y tuviera numerosos mosquitos en verano.

San Petersburgo es seguramente la metrópolis europea más moderna, y sin embargo su corta historia es apasionante, intensa como pocas. En 1917 sufrió la revolución bolchevique, que acabó con el zarismo y con la capitalidad de la ciudad, que por estar demasiado ligada a los zares, fue devuelta a Moscú. Incluso con su nombre, ya que como homenaje a Lenin pasaría a ser llamada "Leningrado" en 1924 (de 1914  a 1924 tuvo otro nombre más: "Petrogrado", menos alemán y más ruso, motivado posiblemente por el enfrentamiento de ambas potencias durante la I guerra mundial).
Y durante la segunda guerra mundial sufrió el que probablemente haya sido el mayor asedio conocido de la historia moderna. Durante casi dos años y medio Hitler sitió la ciudad, la bombardeó sistemáticamente y la privó de los bienes más básicos. Sin embargo resistió, y en enero de 1944, y tras varios cientos de miles de muertos, la mayoría civiles, el ejército nazi se retiró.
En 1991, caído el régimen soviético, sus ciudadanos decidieron volver al nombre inicial, aunque coloquialmente muchos acorten el nombre para llamarla simplemente "Píter" (españolización de "Peter", Pedro en inglés).


Catedral de San Nicolás

Hoy San Petersburgo es sin género de dudas la segunda mayor ciudad rusa, se le denomina su "capital cultural", y sigue siendo esa ventana a occidente que soñó su fundador. No quedan destrozos de su corto aunque turbulento pasado, y su ubicación ya no es tan lamentable como antes, e incluso le da parte de su encanto. Su densidad de edificios barrocos de un estilo único, a medio camino entre Europa occidental y el resto de Rusia, la hacen única en el mundo, y la UNESCO le ha otorgado merecidamente el título de "patrimonio de la humanidad". Ese toque europeo parece notarse en sus habitantes, y es que tras haber visitado Moscú, en San Petersburgo noté como la gente sabía bastante más inglés, y tenía sus ojos más puestos en la Europa que les rodea. Se nota que, por ejemplo, capitales como Helsinki, Tallin o incluso Riga están más cerca de San Petersburgo que la propia Moscú, y no solo geográficamente, sino en cierta medida también psicológicamente.

QUÉ VER EN SAN PETERSBURGO


El edificio más famoso de la ciudad probablemente sea el llamado "Palacio de Invierno", conocido hoy por alojar el "Hermitage", uno de los museos más grandes del mundo, y sin lugar a dudas el más famoso y carismático museo ruso. Este edificio barroco de corte italiano, de pintoresco color verde y blanco, fue el palacio real de los zares casi dos siglos, y es un símbolo de la opulencia de la familia real rusa, algo que acabaría provocando que su propio pueblo les ejecutara. Su ubicación magnifica más si cabe sus gigantescas dimensiones; con el Neva a un lado, y una enorme plaza al otro, uno se siente en uno de esos lugares desde los que se ha gobernado la historia de parte de la humanidad. Entrar al museo se antoja imprescindible, ya no solo por ver una de las mejores colecciones mundiales de arte, sino por disfrutar del interior de este suntuoso palacio real.

Palacio de invierno, hoy el principal edificio, que no único, del museo del Hermitage
Lo que más llamó mi atención al preparar la visita a la ciudad es su gran número de catedrales; de Moscú llevaba aprendido que a los rusos les gustaba mucho llamar "catedrales" a iglesias más bien pequeñas, no comparables a las españolas. Pero en San Petersburgo las catedrales sí responden al tamaño que por ejemplo un español pueda esperar de ellas, y la variedad de sus estilos es sorprendente. He aquí las mejores de la ciudad:
- San Pedro y San Pablo: esta catedral está ubicada en la isla en la que nació la ciudad, y al abrigo de la fortaleza que fue el embrión de la misma. De color amarillo, la ausencia de tráfico rodado hace que sus alrededores sean tranquilos, ideales para pasear. Lo más destacable, aparte de su bello interior, es la aguja dorada que corona el edificio, que hace que el conjunto supere el centenar de metros de altitud y  que sea, todavía hoy, el más alto en la ciudad.
- San Isaac: pasamos a una catedral neoclásica, que recuerda más a la catedral londinense de San Pablo que a cualquier edificio religioso ruso fuera de "Piter". Sus dimensiones la hacen una de las más impresionantes de la ciudad, y por dentro la suntuosidad abunda y nos deja con la boca abierta.
- Nuestra señora de Kazán: algo más modesta en tamaño, está situada en la avenida del Neva (de la que hablaré más tarde) y tiene una columnata que parece querer recordar a San Pedro en el Vaticano.
- San Nicolás: con unos simpáticos colores celeste y blanco, esta catedral, algo más desconocida, es una muestra del típico barroco de San Petersburgo.
- de la resurrección de Cristo: quizá la catedral más famosa en la ciudad y la favorita de los turistas, por ser la de apariencia más rusa de todas, con sus cúpulas con "forma de cebolla" de colores, que pueden recordar a la catedral moscovita de San Basilio. Su ubicación junto a un canal le da un atractivo extra. Se la llama también "de la sangre derramada" por estar ubicada en el lugar en el que fue asesinado el zar Alejandro II. Su interior, con modernos mosaicos en las paredes, es sublime.

Catedral de San Isaac
Y todavía hay otras catedrales más, de cierto interés, que en otras ciudades serían el monumento estrella, pero que en San Petersburgo tienen que quedar en un segundo plano. En mi visita, en muchas de las catedrales se exigía pagar para entrar, y los extranjeros pagábamos hasta el triple que los rusos, aunque normalmente vale la pena hacerlo. Recomiendo especialmente San Isaac y la catedral de la sangre derramada.

Continuará...

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