Nos montamos en el coche, una especie de Ford Fiesta pero con culo, que no se comercializa en España, y que tiene por nombre "Ford Ikon". Las maletas entran de sobra en el maletero, algo que me sorprendió gratamente, y mientras vamos a la ciudad para hacer el check-in en el hotel, Udai nos explica la documentación que nos va a dar y demás... por el camino nos alejamos de la modernidad del aeropuerto y vamos viendo la realidad india: coches muy modestos cuando no carros en la carretera, personas en las cunetas, algunas barriendo con escobas que no son más que un precario conjunto de pajas secas atadas y un cielo muuuy gris que estaba así no precisamente por nubes de lluvia, sino por la contaminación que sufre la ciudad.
Llegamos a la calle del hotel, que nos costó un poquito encontrar (éste lo elegimos nosotros y no la agencia), y la verdad es que sentí un poquito de miedo cuando me tuve que bajar del coche e ir andando hasta la puerta. Había suciedad, escombros, cables de la electricidad a una altura a la que casi llegaba a tocar con la cabeza y empecé a sentir algo que se convertiría en normal durante todo el viaje: todo el mundo te observa, y en muchos casos te saluda. Pero no es más que eso...
Una vez en el hotel nos hicieron rellenar nuestros datos en un libro, algo que se volvería una rutina en el viaje. Subimos a la habitación, pagamos a Udai todo lo que debíamos a la agencia por el viaje y nos metimos a dormir. Lo de pagar lo hicimos con cierta desconfianza, ya que teníamos miedo de que al tener el dinero en su poder, la agencia llevara a cabo peor su trabajo o incluso nos dejara tirados a mitad del viaje... por suerte, eso no ocurrió en absoluto, y salvo un cambio de chófer en Jaipur del que ya hablaremos, no tenemos nada que reprochar a la agencia, más bien al contrario. Pagamos en parte porque no me molaba mucho la idea de ir con varios cientos de euros encima por ese país, pero tras volver de allí puedo decir que ese miedo tampoco le hace justicia, ya que una vez que te acostumbras, verás que lo que te rodea es miseria y suciedad, pero en este caso eso no significa inseguridad. Creo que el índice de robos en India no es muy diferente al de un país europeo estándar.
Dormimos unas 3 horas, y nos despertamos algo más descansados (estábamos muertos) con intención de ver algo de Delhi. Al bajar a la recepción del hotel nos llamó la atención que nuestro chófer estuviera allí sentado esperándonos, y no nos tuviéramos que molestar en buscarle o llamarle por teléfono. Así que montamos en el coche y fuimos a ver el que quizá sea el edificio estrella de Delhi: la tumba de Humayun.
Del hotel a la tumba de Humayun, según google maps, había poco más de 6 kms. pero en el coche se convirtieron en más de 30 minutos. No sufrimos ningún atasco, y aunque cambiamos de dirección con frecuencia, a Noordin se le veía seguro y no dudó para llegar hasta allí. El problema es que hay rotondas cada pocos centenares de metros (hay pocos semáforos) y que en la calzada puedes encontrarte de todo... en las rotondas además la prioridad no existe, pasa el que primero llega o el que menos cede el paso a los demás. Llegados a la puerta, nos bajamos del coche y empezamos a saber cómo las gastan allí. Algún vendedor nos ofreció su mercancia en los carros, y tuvimos que cruzar nuestra primera calle céntrica con 4 carriles, sabiendo que ningún vehículo deja pasar a los peatones salvo si el no frenar conlleva atropellarlos. Prefieren dar un volantazo para evitarte que frenar. En la puerta, vimos otra cosa normal en la India, los precios muy distintos según seas indio o no. Aunque no es un gesto muy amigable para el turismo extranjero están en su derecho de hacerlo, y los precios siguen siendo correctos para un español (el precio no suele pasar de los 4-5€ salvo el Taj Mahal, que llega a los 12. Los monumentos algo más secundarios suelen valer 1,5€). Eso sí, no hacen distinción entre extranjeros, y paga lo mismo un suizo que un nepalí, pero bueno, entiendo que tampoco se pueda poner un precio a cada país...
La tumba de Humayun responde al patrón de mausoleo mogol (imperio musulmán que dominó la India y varios de sus países vecinos desde el s. XVI al XIX), que alcanzaría su apogeo con el famoso Taj: un gran edificio central, donde se alojan las tumbas, rodeado de jardines perfectamente alineados y divididos en cuadrículas. El lugar es espectacular, una buena forma de empezar nuestro periplo en este país y en esta ciudad. Fue maravilloso dejar atrás por un momento el caos y el ruido predominante en Delhi, ya que entre las dimensiones de los jardines y la cantidad de árboles, el ruido del tráfico apenas nos llegaba. Allí empezamos a causar sensación: todo el mundo nos miraba como si fuéramos de otro planeta (¡cuánta razón!) y un par de grupos de chavales nos pidieron, entre risas, que nos hiciéramos fotos con ellos. De nada sirvió que Steffi se tapara su melena rubia con un velo, sus ojos azules la delataban como "ser exótico al que hay que retratar en una foto". Ambos llamamos la atención, pero ella aun más que yo.
Templo de Birla |
Tras una visita pausada, con muchas fotos y alguna auto-foto, salimos y nos acercamos al templo de Birla, un colorido templo hindú, moderno pero que me llamó la atención y que estaba cerca del hotel. Se estaba haciendo de noche, pero la visita no decepcionó. Entramos a un parking junto al templo por un camino sin asfaltar por el que nuestro chófer tuvo que pagar unas pocas rupias. El templo, con pocos extranjeros, estaba decorado con esvásticas por fuera, que al parecer son muy típicas del mundo hindú (se dice que son un símbolo de la buena suerte), y con esculturas de varios animales como elefantes o cobras, tenía un cierto aire infantil que volveríamos a notar después en otros templos hindúes modernos. Para entrar, como en las mezquitas, nos exigieron quitarnos el calzado, pero si bien en las mezquitas turcas pisar descalzo es un placer por la moqueta o las alfombras que hay en el suelo, en la India el suelo es muchas veces de mármol, por lo que está muy frío y se está un poco a disgusto incluso con calcetines. El colorido exterior, rojo y amarillo, se prolongaba en el interior, con bonitas figuras de deidades hindúes, que típicamente tienen muchas extremidades (sobre todo brazos) y en ocasiones combinan rasgos humanos y de otros animales en un mismo cuerpo. Contentos y con los pies helados, salimos del templo y volvimos al hotel.
Templo de Birla |
Como no conocíamos nada y en Delhi no habíamos echado ni siquiera un vistazo a los restaurantes recomendados por la Lonely Planet, cenamos en un restaurante que nos sugirió Noordin y desde el que podíamos volver andando al hotel. El sitio, muy elegante, con comida china e india en la carta, estuvo bastante bien aunque fue más caro de lo que esperábamos (pagamos unos 7€ por persona cogiendo algo relativamente sencillo). Con el tiempo nos daríamos cuenta de que comer en restaurantes indios no es tan barato como cabría esperar, y el motivo diría que es porque los indios apenas comen fuera de casa, y al ser enfocado a extranjeros, saben que pueden pedir más dinero. Además, en prácticamente todos los restaurantes tenían bastantes más empleados de los necesarios, y aunque sea con sueldos miserables, eso hay que pagarlo... ¡a dormir!
No hay comentarios:
Publicar un comentario