martes, 15 de enero de 2013

Viaje a la India, día 12: Udaipur -> Ajmer -> Pushkar (el turbante más grande del mundo)

El turbante más grande del mundo, en Udaipur

UDAIPUR


Tras habernos quejado el día anterior por el desayuno y haber precisado cuándo y qué queríamos desayunar, hoy fue todo sobre ruedas, a los 5 minutos llegó la mayor parte del desayuno y el resto llegó poco después.

Como teníamos ganas de aprovechar un poco más de tiempo en Udaipur, esperamos a que abrieran la "Bagore-ki Haveli", una de las mansiones más interesantes de la ciudad. Sin ser tan bonita como otras que vimos en Mandawa o Jaisalmer mereció la pena por las vistas del lago, por alguna sala concreta como la que alojaba el turbante más grande del mundo y por las curiosas esculturas de forespan de lugares indios y del resto del mundo. La estatua de la libertad tenía una pinta...

Estatua de la libertad de forespán, curiosa cuando menos :)

HACIA AJMER Y PUSHKAR


Los adelantamientos propios y ajenos que vimos en la carretera nos hicieron acabar con la tripa un poco revuelta a ambos, pero comimos en un sitio, rodeados de moscas, que sin embargo estuvo mejor que la media de restaurantes en ruta que habíamos visto hasta la fecha.

AJMER


Llegados a esta ciudad a media tarde, solo 15 kilómetros antes de Pushkar, pensaba que íbamos a visitar el "Dargah", un mausoleo que es quizá el más sagrado lugar de peregrinación para los musulmanes en la India, pero no recuerdo por qué motivo no fuimos... así que solo visitamos un templo jainí rojo, llamado "Nasiyan", en cuyo enorme vestíbulo se encontraba la representación jainí del mundo antiguo, llena de figuritas de templos dorados que hacían todos juntos una de las maquetas más grandes que yo nunca haya visto. No faltaban detalles como barcos o elefantes voladores.

Alegoría del mundo ideal para los jainíes junto al templo rojo de Ajmer

PUSHKAR


La caprichosa geografía india quería que al lado de uno de los rincones más sagrados para los musulmanes estuviera uno de los más sagrados para los hindúes, aunque los 15 kilómetros que separan Ajmer y Pushkar son más largos de lo que parece porque entre ellas todo el recorrido es un puerto de montaña sobre los montes Aravalli, que separan a ambas.

Noor pagó otra vez uno de esos curiosos peajes por entrar a Pushkar, 35 rupias (0,55€). Hicimos check-in en el hotel, elegido por nosotros, que resultó ser el peor de todo el viaje, con una habitación sin ventanas, limpia pero muy austera y con un baño donde el grifo de ducha estaba casi encima del retrete... encima al llegar no había ni sábanas, ni mantas, ni toallas y tuvimos que pedirlas para que nos las dieran. Hay que reconocer que los mejores hoteles del viaje estaban siendo los que no habíamos elegido nosotros...

Pushkar, con solo 15.000 habitantes (Ajmer tiene casi medio millón) es sin embargo más turística que su gran vecina, y de hecho el ratio de turistas por habitante fue posiblemente el más alto de todos los que vimos. Aunque eso, más que negativo fue algo bueno, puesto que el ruido del tráfico era casi inexistente (¡¡ALGO MARAVILLOSO!!), haciendo que las calles fueran prácticamente peatonales, y en el ambiente flotaba un aire cosmopolita que me gustó.

Lago de Pushkar, al atardecer
Pero a nuestra llegada, las primeras impresiones sobre Pushkar fueron malas, con hombres dando guerra con la dirección que teníamos que seguir para ir al lago (aunque la sabía perfectamente) y sobre todo con santones vendiendo flores a la entrada al mismo siento tan persistentes (llegaban a bloquear la entrada) que uno de ellos se llevó una respuesta borde por mi parte mientras le apartaba con el brazo: "NO FLOWERS!!". Dentro del lago, un indio que estaba con su pareja nos reprochó que no nos quitáramos los zapatos, a lo que le contesté que estábamos a más de 40 pies de distancia del agua, como indicaba un letrero repetido hasta la saciedad en los ghats (escalones que bajan hasta el agua pensados para bañarse), distancia que estábamos respetando en ese momento, y que solo violamos unos instantes previos para hacernos cuatro fotos en una zona que estaba desierta.

Pero en el lago (realmente más bien un estanque rodeado de edificios) encontramos la paz. Vimos el final de la puesta de sol, el ruido casi no existía a pesar de lo céntrico que está el lugar, y rodeamos el lago casi en su totalidad sin molestar ni ser molestados. Entre la tranquilidad reinante y alguna ceremonia pudimos sentir ese aire místico que se le supone al lugar. No vimos a casi nadie bañándose pero tampoco hizo falta.

Fiesta con la que nos cruzamos en Pushkar
Salimos del lago por una salida en la que no había ningún santón, y paseamos por sus alrededores. Por primera vez desde nuestra llegada pudimos ver tiendas y puestos sin que los vendedores nos asaltaran desde metros antes de llegar a la entrada. Quizá el elevado ratio de turistas/habitante ayudara a ello. Compramos varias postales, pegatinas e imanes con la tranquilidad de un país occidental. No vimos prácticamente basura y... ¡HASTA OLÍA BIEN! El incienso era el olor más potente, lo cual tras 11 días allí puedo decir que fue un lujo. A nuestro paso nos encontramos con una rara procesión en la que los protagonistas parecían ser un hombre y una niña a lomos de una especie de asno o potro.

Cenamos en el 6th sense, un hotel  (llamado "7th heaven") al lado del nuestro. El hecho de ser una ciudad santa hindú hizo que fuera prácticamente imposible encontrar algo no vegetariano en la ciudad, así que pedimos dos pizzas vegetarianas. Coincidimos con cuatro jóvenes, de nuestra edad, tres catalanes y una polaca que estaban viajando por el país por su cuenta, y nos contaron que se estaban gastando el mismo dinero que nosotros con la agencia; todo un acierto por nuestra parte.

Tras dos apagones y tras despertar a los recepcionistas del hotel durmiendo sobre el suelo de la entrada al mismo (casi los pisamos sin querer... otra vez que se repite esta dura imagen de ver a los trabajadores de un hotel "vivir" en el mismo, durmiendo en el suelo), dormimos en esta ciudad sagrada.

No hay comentarios: