martes, 5 de febrero de 2013

Viaje a la India, día 13: Pushkar -> Jaipur: el anciano que casi me hizo llorar

PUSHKAR


Aquel día nos costó un poco levantarnos, el hotel había sido el peor hasta la fecha y yo noté que había descansado peor.
Templo de Vishnú, en Pushkar

Desayunamos en la azotea del hotel, algo fría, un té y una crêpe vegetariana, como todo en Pushkar. Es decir, sin huevos, con plátano y nutella de relleno. Todavía me estoy preguntando cómo se puede quitar a una crêpe o pancake uno de sus tres ingredientes básicos y que sea comestible (los otros dos son harina y leche), pero aunque el sabor no era el mismo estaba aceptable. Fue un desayuno escaso pero rico.

Nos fuimos a conocer la ciudad de día, cosa que apenas habíamos hecho el día anterior. A pesar de sus solo 15.000 habitantes, Pushkar concentra numerosísimos templos para su tamaño, y vimos algunos: el Singhji (o algo así, que no he conseguido encontrar por internet) y el de Vishnu. En ambos no nos dejaron entrar a los edificios pero bueno, tampoco pasó nada... sacamos 4 fotos y seguimos.

El templo más famoso de Pushkar es uno dedicado a Brahma, uno de los dioses hindúes más importantes, al que sin embargo apenas hay templos dedicados. Según la mitología hindú, Brahma quería hacer una mortificación en el lago de Pushkar y como su esposa Savitri no acudió, se casó con otra mujer... Savitri se lo reprochó y le dijo que jamás sería venerado en otro lugar, de ahí que este templo sea tan especial y único para los hindúes. Para los ojos de un occidental el templo es distinto por el característico color rojo y sobre todo azul que tiene, pero por lo demás lo encontré similar a otros muchos  que habíamos visto anteriormente, en lo alto de unas escaleras. El guardazapatos me pareció especialmente aprovechado, exigiendo 40 rupias (0,6€) en lugar de las 10 normales, por guardar nuestro calzado, cámara de fotos, etc. en su taquilla. No me moló la idea de darle tantas cosas (resumiendo, como nos dijo él: "todo menos dinero y pasaporte") a ese señor aunque me tranquilizó el que me dijera que yo guardaría la llave de la taquilla... las 40 rupias no sabía si eran por persona o por ambos, y finalmente fue la segunda opción... la verdad es que aunque esos cambios de precio me repatearan, traducido a euros es algo insignificante.

Volvimos al lago de Pushkar. Tuvimos que sortear un santón vendiendo flores, y cuando nadie nos miraba nos guardamos el calzado en la mochila y accedimos (lo prefería a dejarlo allí tirado, al alcance de cualquiera). Aquel día sí había gente bañándose y mucha otra alrededor. El sol, colocado en el extremo opuesto a la tarde anterior, daba un brillo magnífico para estar en invierno a los edificios junto a los ghats, blancos, y quedaba precioso. No sacamos fotos por respeto a la gente que se encontraba allí, pero disfrutamos enormemente ante esas escenas tan coloquiales allí como extraordinarias para nosotros. Me llamó la atención que hubiera personas que se bañaran con el torso desnudo, incluida una mujer... tanto conservadurismo religioso, tanto machismo que puede justificar una violación (como ha pasado recientemente en Delhi) con cualquier supuesta provocación no casa con aquella mujer bañándose despreocupada en topless en un sitio sagrado...

Otro templo de Pushkar

HACIA JAIPUR


Exceptuando unos pocos kilómetros hasta un poco más allá de Ajmer, el viaje fue por una reciente autovía de 3 carriles por sentido, que forma parte de la vía que une Delhi con Jaipur, Udaipur y Bombay. Pero hasta en esa moderna autovía te sientes muy lejos de Europa, aunque fuera recta y sin apenas desniveles. Porque por ejemplo en ocasiones tenía pasos de cebra (¡¡!!), y porque no es difícil ver alguna moto yendo en sentido contrario al de la calzada, solo para ahorrarse unos metros (eso sí, tienen el detallazo de hacerlo por el arcén).

JAIPUR


Llegamos prontísimo a Jaipur, y Noor nos anunció la triste noticia de que había hablado con su jefe y que sería su último día con nosotros porque va a empezar otro viaje con un grupo que llegaría al día siguiente a Delhi. No recibimos ninguna explicación más, ni de Noor ni de Ashok, y esto fue quizá lo único que podría reprochar a la agencia de mi experiencia allí. Entre Noor y nosotros se había creado un vínculo importante, hacíamos bromas, nos pasamos todo el día riendo y sinceramente me daba rabia decirle adiós antes de tiempo, de esa manera tan "fea".

Terraza del restaurante de nuestro hotel, el Umaid Bhawan de Jaipur
Llegamos a nuestro hotel en Jaipur, y resultó ser maravilloso. Atrás quedaba la noche en el mediocre hotel de Pushkar, aquello era un lujazo: una habitación enorme, preciosa, una piscina que no íbamos a utilizar, una terraza encantadora y genialmente decorada, un restaurante excelente... si algún día vais a Jaipur, os recomiendo el "Umaid Bhawan", que además tampoco parece ser muy caro (no sabemos lo que pagaron por nosotros, pero la Lonely Planet dice que vale entre 1600 y 2400 rupias; 23-38€ la habitación doble, al cambio).

Quedamos a las 15 horas con Noor por última vez, solo dos horas después de contarnos aquello. Nos llevó al centro de la ciudad y le dijimos que no viniera a buscarnos, que disfrutara de su familia (él vivía allí) durante la tarde y que volveríamos solos. Nos dio alguna recomendación y con tristeza y una foto final nos dijimos adiós.

Hawa Mahal, o "palacio de los vientos", el edificio más fotografiado de Jaipur. En la imagen se ve un "tuk-tuk" bici, como el que cogeríamos después
Visitamos el Hawa Mahal (que significa "palacio de los vientos"), que data de 1799. El edificio más famoso de Jaipur ofrece su mayor encanto de forma gratuita, en la fachada exterior, fotografiada un millón de veces, con su color rosa, sus cinco plantas acabadas triangularmente y sus rejillas por las que las mujeres de la familia real de turno podían ver los desfiles y la vida exterior de la ciudad sin ser vistas. Pero verlo por dentro también merece la pena, y no es nada caro. Cogimos un pack que incluía otros 4 edificios (Albert Hall, fuerte de Amer, fuerte de los tigres y Jantar Mantar, el observatorio astrológico) y en conjunto la visita a todos no llegaba a los 5€ por persona. Llama la atención que el palacio de los vientos no sea rosa por dentro, y se debe a que la obligación de hacer los edificios rosas (lo que ha llevado a denominar a Jaipur la "ciudad rosa") se limita a la fachada exterior. Visitar el edificio por dentro es una experiencia genial.

Pero volvemos a la India real al salir. Jaipur, con sus 3.000.000 personas, fue la ciudad más grande de nuestro viaje solamente tras Delhi, la capital. Su centro se hizo de forma racional, a finales del s. XVIII, como una cuadrícula de calles anchas que se cortan de forma ortogonal. Salvando las distancias, es algo así como el "Eixample" o ensanche de Barcelona, con la salvedad de que en Jaipur el tráfico es infernal, se mezclan coches con bicis, con vendedores ambulantes que van a pie, con motos... y encima la calle del palacio de los vientos estaba en obras. Intentar hacerse una foto frente a la fachada exterior de este precioso edificio significa tener que soportar a los vendedores más insistentes que quizá se cruzaron en nuestro camino en la India. Que si entra a mi tienda, que si la vista es mejor desde el primer piso de mi tienda, que si lo que tengo te interesa...

Hawa Mahal o "palacio de los vientos", en su parte interior. Ya sin color rosa, es igualmente espectacular
Tras esto, siendo aún de día, empezamos a tirar hacia el hotel. Primero atravesando las calles principales del centro de la ciudad, con aceras llenas de todo tipo de cachibaches y de gente, debido a que todo el centro es como un mercado gigante en el que cada calle es para un gremio distinto de vendedores. Pasadas las murallas, las aceras desaparecen, pero el tráfico sigue siendo igual de denso y ruidoso, y las distancias no son tan cortas como puede parecer en el mapa, al menos comparándolo con las ciudades que habíamos visto antes.
Después de 12 días en la India, y gracias a Noor y a que habíamos visitado a fondo solamente ciudades pequeñas (Jodhpur, con 700.000 habitantes, había sido la mayor antes de llegar a Jaipur), todavía no habíamos cogido ningún tuk-tuk. Y aunque les había cogido un poco de manía por lo pesados que son sus conductores, la verdad es que tampoco nos había hecho falta. Pero llegado un punto, con un mapa poco preciso como única herramienta para llegar al hotel y agotados tras media hora andando junto al caótico tráfico, nos decidimos a coger un tuk-tuk. Sabía que estábamos cerca y no aceptaría un precio superior a 50 rupias (0,75€), y menos aún cuando vi que solo había bike tuk-tuks en el cruce de calles al que íbamos (es decir, sin motor, una bici con 3 ruedas en la que la parte trasera es un asiento para dos pasajeros; naturalmente son más baratos que los motorizados).

Nos acercamos al primer hombre, que no aceptó nuestras 50 rupias diciendo que había 5 kms. hasta nuestro hotel... ante semejante mentira me enfadé y no volví a escuchar sus réplicas diciendo que sí que aceptaba; empezaba a estar cansado de que me tomaran por idiota por tener la piel más pálida que ellos. Crucé la calle y preguntamos a un anciano, que no debió entender mi propuesta porque se ofreció a llevarnos por 20. Por supuesto acepté, le pregunté si tenía cambio antes de montar y me dijo que no (ésta es otra estrategia de allí, decir que no tienen cambio después de haberte dado el servicio para que por pena aceptes que se queden las vueltas), y conseguí en un puesto de fruta que me cambiaran el billete. Así que montamos y la India me dio una lección.

Muralla (naturalmente rosa) de Jaipur
Tras la primera pedalada de aquel señor, que por su aspecto en España llevaría años jubilado, se me encogió el corazón. La experiencia fue magnífica, sin casi tráfico, sin soportar apenas ruidos ni contaminando más aun Jaipur, aquel anciano de metro y medio nos enseñó cómo estaba en forma aún y movía no sin dificultades nuestros 150 kilos de peso. El viaje fue corto, pero al bajarme, yo que soy de poco llorar, estaba a punto de hacerlo... le di las gracias repetidas veces (nos sacó de un aprieto) y le di las 20 rupias acordadas y otras 30 hasta llegar a las 50 que estaba dispuesto a pagar. Le pedí hacerme una foto con él sobre la bici tuk-tuk (pensando que quizá fuera la única que iba a coger...), algo que aceptó sonriente, y luego le dije que en él se podía confiar y me respondió con otra sonrisa hasta un poco emocionado. En el país donde la picardía es norma y casi exigencia si se desea sobrevivir, queda gente noble que te toca el corazón.

Ya en nuestro precioso hotel, ducharse vuelve a ser una experiencia. En este caso no se mantiene solo el botón que regula por dónde sale el agua (si por el grifo o por el "teléfono" de la ducha), por lo que se necesita una mano que lo sujete para que salga por el teléfono... tras ayudarnos el uno al otro y el otro al uno, cenamos y a dormir.

No hay comentarios: